ESFORCÉMONOS DE DÍA Y DE NOCHE EN LA GRACIA QUE ES EN CRISTO JESÚS

 


Las quejas de muchos empleados sobre su trabajo son constantes, así como la de los empleadores por sus empleados, convirtiéndose el trabajo en un lugar lleno de quejas y amargura, cuando debiera ser un lugar colmado de armonía.

La comprensión de que es una bendición trabajar debe manifestarse en las fuerzas que se entregan en el trabajo. No debemos dejar de esforzarnos por nuestro trabajo, sino, por el contrario, tenemos que ser ejemplo para los demás en esfuerzo y diligencia sin importar quien sea nuestro jefe o cual sea nuestro trabajo, teniendo en cuenta siempre que no debemos participar de un trabajo deshonroso, sino que es mejor andar siempre bajo la honestidad e integridad.

Las ganancias que recibimos por nuestro trabajo deben ser honestas, es decir, sin trampas, no podemos ser mentirosos ni hipócritas en nuestro trabajo sino sinceros, amables y diligentes, buscando agradar a Dios, esto no solo es bueno para nuestra alma sino aun para toda una nación.

Como iglesia no solo debemos esforzarnos en nuestro trabajo sino también en la predicación del evangelio, porque este es uno de nuestros propósitos más significativos sobre la tierra, por lo tanto, es imprescindible ocuparnos en la enseñanza de la Palabra de Dios.

Es importante aclarar o mejor recordar que la muerte puede llegar sin cita previa a cualquiera, por lo tanto, es necesario que procuremos con mayor prioridad esforzarnos más por lo eterno que por lo efímero.

No sabemos el día ni la hora en que partiremos de este mundo, por lo tanto, preparémonos para la eternidad, esforzándonos en la gracia de Dios que como hijos de Dios hemos recibido.

“Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” 2 Timoteo 2: 1 (RVR 1960)

No permitamos que la pereza, la depresión o el desánimo enfríen nuestro corazón sino sirvamos a Dios con diligencia, siendo fieles a su Palabra y evitemos todo orgullo que pueda llegar, recordando que Dios está sobre todo lo que somos y hacemos.

Lo que hacemos a diario, muchas veces es motivado, por nuestro propio orgullo, por lo que los demás dirán o por nuestra propia satisfacción. Son muy pocos los que en verdad obran para agradar a Dios y quienes lo hacen lo hacen porque aman a Dios.

La vida no se trata de nosotros ni de los demás, sino solo sobre Dios y, aunque para el hombre en su naturaleza caída es imposible acercarse a Dios es este el propósito por el cual fue creado, para su gloria. Esta verdad debe ser entendida con claridad, porque si no conocemos nuestro propósito de vida, no tiene sentido nada de lo que emprendamos.

La maldad nos ha consumido impidiéndonos poder agradar a Dios, buscar su voluntad, su gloria, porque traicionamos a nuestro Señor, le dimos la espalda, prefiriendo seguir nuestra propia voluntad, sobreponiéndonos a nosotros mismos antes que a nuestro Creador, lo que nos está conduciendo al camino de la muerte, el desastre, la confusión, la tristeza, la amargura, el estrés y a la angustia.

El miedo ahora es el que a diario motiva al ser humano a tomar decisiones, avanzar o no avanzar. Por miedo y no por amor es que las religiones y las filosofías han sido creadas, por el miedo a morir con incertidumbre, a vivir en soledad, a la condenación de Dios, etc. No podemos seguir viviendo con miedo, porque Dios no vino a traernos miedo sino Salvación del pecado el cual es la raíz de toda la maldad.

“Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, Jacob, y Formador tuyo, Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú” Isaías 43: 1 (RVR 1995)

La condenación de Dios no gobierna en quienes creen en Jesucristo sino es su amor, por lo tanto, no podemos, como hijos de Dios, vivir con miedo e incertidumbre, bajo la religión o la filosofía, sino solo vivir para agradar a Dios, porque en Cristo somos libres para amar a Dios y agradarle de corazón, aunque ninguno lo haga, es necesario que los que en verdad creen en Jesucristo continúen sin miedo el camino angosto.

El amor a Dios debe ser la motivación de todo lo que hagamos, cada acción y decisión que tomemos hagámosla por amor a Dios, porque “a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8: 28).

Los tiempos son difíciles y de seguro que día a día serán más complicados, pero el Señor nos ha dicho en su Palabra “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” Juan 16: 33 (RVR 1960)

Nos quejamos continuamente, como seres humanos, porque creemos que la vida que enfrentamos con todo y sus problemas es dura, pero en verdad no sabemos lo que decimos, más bien deberíamos estar agradecidos a Dios porque ha sido bueno y nos ha dado una oportunidad que no merecíamos, la oportunidad de conocerlo.

La muerte era lo único que merecíamos por nuestra perversión, muerte no como sinónimo de inexistencia sino de existencia en la condenación infernal, la completa separación de todo lo bueno, para recibir todo lo malo en su estado más puro y putrefacto para siempre.

En nuestras obras y conocimiento merecíamos la condenación, la muerte y el infierno, pero el precio de la condenación fue pagado por Jesucristo en la cruz. Cada sudor y cada gota de sangre derramada en la cruz fue derramada por El para que nosotros pudiéramos vivir, pero no fueron esas gotas de sangre, ni las blasfemias de los hombres lo más difícil que soportó Jesucristo, ni siquiera fueron los escupitajos de los guardias romanos, ni que aun sus propios discípulos lo hubieran abandonado. Lo más complicado que tuvo que enfrentar Jesucristo no fue la cruz, no fue la muerte sino fue soportar todo el pecado, todo el mal de los hombres, por amor a ellos, separándose así del Padre.

Si Jesucristo ya enfrentó lo más terrible acaso ¿no sería lo mejor, lo más lógico y sensato para el hombre acercarse a Dios por medio de Jesucristo, rogando su perdón y creyendo en su Salvación? Aunque esto es lo más razonable, el hombre ha preferido no tener en cuenta a Dios, optando por una vida sin razón.

“Pero no todos obedecieron al evangelio, pues Isaías dice: Señor ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” Romanos 10: 16-17 (RVR 1995)

No ver a Dios, no escuchar su voz, ni tener una revelación directa de Él, ha formado en muchas personas una situación deprimente y confusa, porque se cree que todo lo que los sentidos perciben es real, pero lo que no distinguen es mentira. Es de esta manera que también muchos cuestionan la veracidad de todo lo que observan, porque se han hecho estudios muy minuciosos en donde se ha demostrado que los sentidos son muy fáciles de engañar, por esto es que en algunas ocasiones no se percibe lo que es real. Esto es bastante confuso, pero demuestra que el mundo es como un espejismo, rodeado de bastante engaño.

Dios es Creador de todo y tiene potestad sobre todo lo que pasa, nada ocurre sin que El permita que pase, es así que en nuestra crisis de fe llegamos a la cuestión de ¿por qué Dios no se presenta de una manera directa al hombre para que este no le cuestione? Esta misma petición, con otras palabras, le hicieron algunos hombres a Jesucristo, mientras moría en la cruz.

“Los que pasaban lo insultaban, meneando la cabeza y diciendo:

—¡Tú ibas a derribar el templo y a reconstruirlo en tres días! ¡Si eres Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz! De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, junto con los ancianos. Decían:

—Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse. Es el Rey de Israel: ¡pues que baje de la cruz, y creeremos en él! Ha puesto su confianza en Dios: ¡pues que Dios lo salve ahora, si de veras lo quiere! ¿No nos ha dicho que es Hijo de Dios? Y hasta los bandidos que estaban crucificados con él, lo insultaban.”

Mateo 27: 39-44 (DHH)

Ellos tenían confusión, no sabían verdaderamente si Jesucristo era Dios, pero no era una simple confusión sino en su corazón había algo aun peor, soberbia y orgullo. Los religiosos de aquel entonces no son muy diferentes a los de ahora, se creen que lo saben todo, predican sobre prohibiciones, pero detrás del pulpito reflejan una vida que demuestra odio a Jesucristo y si hoy día estuviera de nuevo Jesucristo entre nosotros de forma encarnada, de seguro lo hubieron vuelto a crucificar, porque Jesucristo hablaría en contra de sus ritos, su cultura y su hipocresía.

Creemos que no tenemos evidencia palpable para creer en la existencia de Dios, pero la verdad es que la misma naturaleza nos demuestra que Dios si existe, entonces, conforme a nuestro corazón escéptico, nos llega otro interrogante: Si Dios existe ¿Por qué…? De esta premisa se han llegado a hacer muchas preguntas, pero lo concreto es que fue una pregunta que aun el mismo Felipe hizo a Jesucristo.

“Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: ¿Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras.” Juan 14: 8-10 (RVR 1960)

Puede haber momentos en donde algunos de nosotros, como hijos de Dios, empecemos a afrontar crisis de fe, pero si hacemos lo que hizo Felipe, ir directamente a Dios, ser sinceros delante de Él y pedir a Dios que nos muestre ¿Por qué…? Bueno, lo que en nuestra mente empiece a surgir, de seguro que Dios nos responderá. No es pecado tener dudas, crisis de fe, sino el problema radica cuando el orgullo nos hace creer en la duda más que en Dios, así como hicieron los fariseos y han hechos muchos filósofos y científicos a través de la historia. Es por esta razón, que se hace necesario reconocer que habrá muchas cosas que nuestra mente finita no podrá entender, por lo tanto, no forcemos a esta mente a comprender lo que no puede asimilar, porque podríamos caer en la mentira, el engaño o en la misma necedad.

Las situaciones difíciles, la tristeza y la soledad nos ha llevado a muchos de nosotros a la desesperación de tal manera que creemos que Dios no nos escucha o no nos ama, así como le ocurrió a Jeremías.

“Yo soy el hombre que ha visto aflicción bajo el látigo de su enojo. Me guio y me llevó en tinieblas, y no en luz; Ciertamente contra mí volvió y revolvió su mano todo el día. Hizo envejecer mi carne y mi piel; quebrantó mis huesos; edificó baluartes contra mí, y me rodeó de amargura y de trabajo. Me dejó en oscuridad, como los ya muertos de mucho tiempo. Me cercó por todos lados, y no puedo salir; ha hecho más pesadas mis cadenas; Aun cuando clamé y di voces, cerró los oídos a mi oración; cercó mis caminos con piedra labrada, torció mis senderos. Fue para mí como oso que acecha, como león en escondrijos; torció mis caminos, y me despedazó; me dejó desolado. entesó su arco, y me puso como blanco para la saeta. Hizo entrar en mis entrañas las saetas de su aljaba. Fui escarnio a todo mi pueblo, burla de ellos todos los días; me llenó de amarguras, me embriagó de ajenjos. Mis dientes quebró con cascajo, me cubrió de ceniza; y mi alma se alejó de la paz, me olvidé del bien, y dije: Perecieron mis fuerzas, y mi esperanza en Jehová. Acuérdate de mi aflicción y de mi abatimiento, del ajenjo y de la hiel; lo tendré aún en memoria, porque mi alma está abatida dentro de mí” Lamentaciones 3: 1-20 (RVR 1960)

Jeremías estaba muy triste, desesperado, abatido emocionalmente, porque veía como era desechado por los hombres, no tenía amigos, se burlaban de él, no estaba bien económicamente y estaba tan deprimido que no tenía fuerzas ni esperanza en Dios. Pero su confesión fue sincera delante de Dios, quien no lo juzgó sino lo amó y lo usó como instrumento para su gloria, es así que Jeremías continuó:

“Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová. Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud. Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso; ponga su boca en el polvo, por si aún hay esperanza; dé la mejilla al que le hiere, y sea colmado de afrentas. Porque el Señor no desecha para siempre; antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres. Desmenuzar bajo los pies a todos los encarcelados de la tierra, torcer el derecho del hombre delante de la presencia del Altísimo, trastornar al hombre en su causa, el Señor no lo aprueba.

¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? ¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado. Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos a Jehová; levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos; nosotros nos hemos rebelado, y fuimos desleales; tú no perdonaste. Desplegaste la ira y nos perseguiste; mataste, y no perdonaste; te cubriste de nube para que no pasase la oración nuestra; nos volviste en oprobio y abominación en medio de los pueblos. Todos nuestros enemigos abrieron contra nosotros su boca; temor y lazo fueron para nosotros, asolamiento y quebranto; ríos de aguas echan mis ojos por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo. mis ojos destilan y no cesan, porque no hay alivio hasta que Jehová mire y vea desde los cielos; mis ojos contristaron mi alma por todas las hijas de mi ciudad. Mis enemigos me dieron caza como a ave, sin haber por qué; ataron mi vida en cisterna, pusieron piedra sobre mí; aguas cubrieron mi cabeza; yo dije: Muerto soy. Invoqué tu nombre, oh Jehová, desde la cárcel profunda; Oíste mi voz; no escondas tu oído al clamor de mis suspiros. Te acercaste el día que te invoqué; dijiste: No temas. Abogaste, Señor, la causa de mi alma; redimiste mi vida. Tú has visto, oh Jehová, mi agravio; defiende mi causa. Has visto toda su venganza, todos sus pensamientos contra mí. Has oído el oprobio de ellos, oh Jehová, todas sus maquinaciones contra mí; los dichos de los que contra mí se levantaron, y su designio contra mí todo el día. Su sentarse y su levantarse mira; yo soy su canción. Dales el pago, oh Jehová, según la obra de sus manos. Entrégalos al endurecimiento de corazón; tu maldición caiga sobre ellos. Persíguelos en tu furor, y quebrántalos de debajo de los cielos, oh Jehová.”

Lamentaciones 3: 22-66 (RVR 1960)

Las situaciones difíciles y desalentadoras Dios las permite, no porque sea malo ni porque quiera que nos ocurran cosas desagradables, sino, por todo lo contrario, para mostrarnos algo mejor, su misericordia y fidelidad.

La imagen que las religiones tienen de Dios son falsas, por esta razón es que no podemos continuar creyendo en Dios de una manera religiosa. Dios no es creación del hombre sino es todo lo contrario, Dios es Creador del hombre, por lo tanto, como creación suya es importante que nos acerquemos a Él, porque Él ya se acercó a nosotros. Jesucristo, la segunda persona de la Trinidad, vino para reconciliar al hombre con Dios, por lo tanto, creamos en El, en su reconciliación, porque Él está con los brazos abiertos, esperando que toda su creación se acerque a Él, pero si no te acercas a Él, no creas que podrás conocerlo. Es así que no se trata de religión sino de una relación personal con Dios.

El Señor está con nosotros, cuidándonos y guiándonos y, aunque no lo percibamos con nuestros sentidos físicos, debido al pecado que no nos permite tener una relación directa con El, confiemos en que un día, aquellos que hemos creído en Jesucristo, lo veremos cara a cara, cuando seamos resucitados en gloria.

“Así es también la resurrección de los muertos. Se siembra un cuerpo corruptible, se resucita un cuerpo incorruptible; se siembra en deshonra, se resucita en gloria; se siembra en debilidad, se resucita en poder; se siembra un cuerpo natural, se resucita un cuerpo espiritual. Si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual.  Así también está escrito: El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente. El último Adán, espíritu que da vida. Sin embargo, el espiritual no es primero, sino el natural; luego el espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre es del cielo. Como es el terrenal, así son también los que son terrenales; y como es el celestial, así son también los que son celestiales. Y tal como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.”  

1 Corintios 15: 42-49(RVR 1960)

“Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.”

1 Corintios 13: 12 (RVR 1960)

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