EL HINDUISMO

 



El hinduismo es una religión concentrada mayormente en la India. Esta religión se divide en dos ramas, algunos hindúes son politeístas, adorando a más de 300 millones de dioses que realmente son demonios (1 Corintios 10: 19-20), mientras otros, monoteístas, rindiendo culto a un dios creado llamado brahma.

La filosofía hinduista ha desgastado su mente, por años, tratando de interpretar el mundo a través de su religiosidad, en donde han creado y modificado muchas de sus teorías sobre el origen del universo, centrando su pensamiento, en una o muchas divinidades impersonales, como brahmán, a quien le atribuyen dominio, poder y autoridad, pero este ser es un poco confuso y parece más una cosa metafórica que real. Resulta un poco difícil comprender como es posible creer en un dios que fue creado, pero muchos creen y adoran a sinnúmero de estos dioses que fueron creados, no solo por otros dioses, sino por sus propias religiosidades. Es así que no solo en la India sino en muchas naciones se pueden encontrar incoherencias, incongruencias y muchas confusiones en cuanto al conocimiento de Dios.

“Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová.” Jeremías 9: 23 -24 (RVR 1960)

No existe mayor satisfacción y alegría en el ser humano que poder conocer a Dios. Dios mismo afirmó que entenderlo y conocerlo es mejor que la sabiduría, la valentía y las riquezas. Es esta la razón, por la que tiene sentido buscar a Dios y pasar tiempo escuchando sus palabras.

“Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano.” Isaías 55: 6 (RVR 1960)

Muchos dioses han sido inventados, pero Dios no, porque solo hay un Dios, el Creador de los cielos, aquel de quienes muchos, como Pablo, predicaron, diciendo:

“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” Hechos 17: 24-31 (RVR 1960)

El verdadero Dios, no fue tallado por artesanos, ni tiene su morada en templos creados por hombres. Él no tiene principio, ni tampoco fin, su poder no tiene comparación, ni existe ser que se le pueda igualar. Por el vivimos y solo en Él está la potestad sobre nuestras almas.

El destino que el mismo Dios de la creación quiere para todos los hombres es la vida, la salvación de la condenación y de la muerte, como Calvino afirmó “el Señor invita a todos sin excepción a venir a él” [1]. No existe tal cosa como una divinidad impersonal cuando nos referimos al verdadero Dios, sino todo lo contrario, Dios hace una invitación personal a cada ser humano para que lo conozca, pero, como es una invitación, lamentablemente no todos la aceptan.

No creer en el Dios verdadero es confiar en la mentira, ignorar sus bondades es renunciar a la misma vida. Dios mismo dijo a su pueblo “…me has olvidado, y has confiado en la mentira” (Jeremías 13: 25)

Muchos israelitas vieron las maravillas de Dios y aun así “no creyeron en Dios, ni confiaron en su salvación” (Salmos 78: 22) Pero la invitación de Dios, escrita y sellada con su propia sangre, sigue abierta a todo ser humano que realmente se acerque a Él.

“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” Juan 7: 37-38 (RVR 1960)

Las palabras de Jesucristo no fueron cree en una religión, ni tampoco adhiérete a una nueva filosofía, sino fueron sencillas “cree en mi”. Creer en Jesucristo no es forzar la mente a aceptar lo que no quiere, sino es reconocer aquella condición tan limitada, triste y desalentadora que hemos recibido por nuestro sucio corazón, rindiendo nuestro ser delante de Dios, nuestro Creador, y rogando su perdón. Su perdón no es otorgado a cualquiera que solo diga perdón o lo siento, sino a quien con un corazón humilde clame al Señor misericordia, porque solo aquel que se acerca de corazón a Dios podrá comprender que Jesucristo, la segunda persona de la Trinidad, Dios mismo hecho carne, habitó entre nosotros para morir como el único sacrificio válido delante de Dios para el perdón de nuestros pecados.



[1] Escritos de Juan Calvino. Recuperado de http://mb-soft.com/believe/tss/calvine.htm el 22 de 12 del 2019.

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