EL AMOR BÍBLICO



El amor bíblico es amor a Dios y a los hermanos, un amor que solo proviene de Dios, entendiendo que antes de tomar cada decisión recordemos que no es cuando nosotros queremos sino cuando Dios quiere, no es como nosotros queremos sino como Dios quiere y no es donde nosotros queremos sino donde Dios quiere.
La oración nos fortalece en el amor bíblico porque por medio de la oración exaltamos el nombre de Dios, debido a que no oramos solo por nosotros sino también por nuestros hermanos, siendo también útil para reconocer nuestros pecados y transformar nuestra mentalidad, por la gracia de Dios.
El amor que perdona es aquel que nos trajo la salvación, dándonos plena libertad para guardar de corazón los mandamientos de Dios y buscando día a día andar en mansedumbre, sencillez y humildad, como Jesús anduvo.
Un hijo de Dios puede pecar, caer en la batalla, siendo esta es su lucha diaria, así como Pablo lo manifestó en Romanos 7: 18-25, confesando que tenía una lucha interna. En verdad estamos en guerra y a veces caemos, pero no nos satisface caer porque es tristeza la consecuencia que nos traerá, entre muchas otras, cuando erramos.
El arrepentimiento es la única cura para la humanidad, cuando confesamos nuestros pecados y creemos en Jesucristo quien es nuestro único mediador.
“Mis queridos hijos, les escribo estas cosas, para que no pequen; pero si alguno peca, tenemos un abogado que defiende nuestro caso ante el Padre. Es Jesucristo, el que es verdaderamente justo. Él mismo es el sacrificio que pagó por nuestros pecados, y no solo los nuestros sino también los de todo el mundo”
1 Juan 2:1-2 (NTV)
Seamos agradecidos con Dios porque nos perdona, pero no seamos abusivos al no valorar la salvación que nos ha dado.
La vida es la propuesta de Dios para la humanidad, por lo tanto, confía en que Jesús puede cambiar tu mente, tu corazón y sanar las heridas de tu alma. El alma es muy frágil, se cansa, se entristece y se abate fácilmente, pero puede ser fortalecida, levantada, animada por el propósito eterno con el que el Señor nos creó y nos salvó.
“El Señor es mi luz y mi salvación,
    entonces ¿por qué habría de temer?
El Señor es mi fortaleza y me protege del peligro,
    entonces ¿por qué habría de temblar?”
Salmos 27: 1 (NTV)
Las deudas que el Señor pagó por nosotros fueron las más grandes que el ser humano puede y podrá tener, por lo tanto, no podemos, como Iglesia, vivir sin perdonar. Nuestra vida debe mostrar perdón y sinceridad. La sinceridad produce confianza, por lo tanto, seamos sinceros, primeramente, con Dios y seguidamente con nuestros hermanos.
El genuino amor, la buena conciencia y la fe no fingida deben ser nuestra conducta diaria, como hijos amados de Dios, porque si somos fieles, en este caminar, en verdad que recibiremos honra del verdadero y único Dios, porque Dios honra a quienes lo honran.

Comentarios