LO QUE SE HABÍA PERDIDO
El verdadero Dios no ama el pecado, no soporta
al soberbio u orgulloso, sino su ira esta sobre todo hombre que no sigue su
perfecta voluntad.
El individuo que no ha conocido a Dios tan
solo es un muerto en espíritu, y por estar muerto ninguna obra vale. Nosotros
nacemos bajo la ira de Dios porque nacemos en pecado, alejados totalmente de
Dios por no obedecer su Palabra.
Dios no es Dios de muertos sino de vivos por
lo tanto si aún no has nacido de nuevo y ni si quiera sabes que significa nacer
de nuevo entonces es ahora el tiempo de que satisfagas tu necesidad de nacer de
nuevo en la Obra de Jesucristo manifestado en su muerte, sepultura y
resurrección.
“…Él
no es Dios de muertos, sino de vivos” Marcos 12: 27 (PDT)
En nuestro estado natural de muerte espiritual
no tenemos al verdadero Dios como nuestro Dios sino como enemigo de nuestra propia
decadencia por lo tanto andamos en rebeldía día a día sin querer conocerle.
Ningún hombre busca a Dios por eso es que Dios vino a buscarnos, “vino a buscar lo que se había perdido”
(Lucas 19: 10).
El Hijo del Hombre, El Hijo de Dios, el
Mesías, el Salvador y El Señor de señores no vino a salvar a los que se creían
tan buenos que no le necesitaban, sino a aquellos que estaban completamente
convencidos de que necesitaban nueva vida por medio de Él. Jesucristo vino a
darnos vida, verdadera vida. El ofreció su vida para satisfacer la ira de Dios
sobre el pecado porque Jesucristo se hizo pecado sin cometer pecado para
justificarnos delante del Padre y proveernos la dirección del Espíritu Santo.
La ira de Dios sobre el pecado fue pagada por
el Inocente, por nuestro Señor Jesucristo. Aun así la ira de Dios sigue
presente contra los pecadores que aún no han sido redimidos, es decir que aún
no han nacido de nuevo.
“Pero
Dios muestra su ira desde el cielo contra todos los que son pecadores y
perversos, que detienen la verdad con su perversión.”
Romanos 1: 18 (NTV)
Es necesario que creas en el poder de Dios
porque «ES POR MEDIO DE LA FE QUE EL
JUSTO TIENE VIDA». Cree en Jesucristo y Él te justificara delante del
Padre, pero niégalo y veras con tus propios ojos la ira de Dios sobre tu vida,
porque es en el tiempo del juicio que el justo y el impío serán separados para
siempre.
…….
El Señor nos llamó de las tinieblas a la luz
verdadera a fin de ser santos. Ser santos más que pureza refleja separación del
mundo y de sus vanos deseos.
“Porque
escrito está: SED SANTOS, PORQUE YO SOY SANTO.”
1
Pedro 1: 16 (LBLA)
Dios nos escogió, nos llamó y nos salvó, aun
antes de nosotros nacer. No somos herederos del reino de Dios, es decir hijos
de Dios, porque nuestras obras son buenas sino porque El Señor que es Bueno y
Grande en Misericordia nos llamó para darnos vida.
Jesucristo no vino a salvar a los “buenos”,
“justos” o “religiosos” sino a los que verdaderamente reconocen la necesidad
del Salvador en sus vidas, a quienes están convencidos de que su vida está
dirigiéndose a la muerte sin Él. Por lo tanto, si en verdad has nacido de
nuevo, no tienes de que gloriarte sino de que agradecerle a Dios porque,
estando muerto, Él te ha dado vida por medio de la justicia que se ha cumplido
en Jesucristo a través de su muerte, sepultura y resurrección.
Para ser salvo no puedes ser santo pero si
eres salvo entonces eres santo, es decir que la santidad no está en nuestra
naturaleza sino en la naturaleza de Dios. La salvación es otorgada a los
pecadores, a todo el mundo, pero la santidad es solo para aquellos que han
obtenido la salvación porque quienes han reconocido sus pecados en
arrepentimiento, delante de Dios, por medio de Jesucristo y de su obra
redentora, han pasado de una naturaleza animal, egoísta, humana a una
naturaleza divina, por la gracia de Dios.
Como hijos amados debemos permanecer como
nuestro Padre celestial: en santidad. No podemos practicar lo que el mundo
practica: inmoralidad sexual, adicción a la tecnología, avaricia, egoísmo,
chismes, brujería, groserías, etc.
“Y si
invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de
cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra
peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de
vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como
oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin
mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del
mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y
mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado
gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. Habiendo purificado
vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el
amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro;
siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la
palabra de Dios que vive y permanece para siempre.
Porque:
Toda carne es como hierba,
Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba.
La hierba se seca, y la flor se cae;
Toda carne es como hierba,
Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba.
La hierba se seca, y la flor se cae;
Mas
la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el
evangelio os ha sido anunciada.”
1
Pedro 1: 17-25 (RVR 1995)
No podemos seguir a Dios y al mundo a la vez
porque las consecuencias de hacer esto son fatales.
“Estoy
enterado de todo lo que haces, y sé que no me obedeces del todo, sino sólo un
poco. ¡Sería mejor que me obedecieras completamente, o que de plano no me
obedecieras! Pero como sólo me obedeces un poco, te rechazaré por completo.”
Apocalipsis
3:15-16 (TLA)
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