EL PECADO EN UN HIJO DE DIOS
La
ley es buena porque su función es mostrarnos nuestra incapacidad de cumplirla.
No es verdad que en esta vida podremos llegar a ser totalmente perfectos aunque
Dios nos haya redimido, porque aunque hayamos nacido de nuevo, aún seguimos
viviendo en cuerpo de maldad, siendo carnales, oponiéndonos de tal manera a la
ley que es espiritual.
Los
mandamientos son como un espejo, nos hacen ver quiénes somos, nos enseñan la
realidad de nuestra vida. En verdad es bueno que nuestros ojos sean abiertos a
la verdad, aunque no nos agrade ver la maldad en nosotros, pero ahí está para
que nos arrepintamos y reconozcamos en todo momento al Padre, Jesucristo, y al
Espíritu Santo, como nuestro único Señor, Salvador y Guía.
La
ley nos dice: no codiciaras, mas
nosotros codiciamos cometiendo pecado, aunque no queramos ¿Por qué?
“Así que, queriendo yo hacer el
bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.” Romanos 7: 21 (RVR 1960)
Ahora,
pues, no significa que un hijo de Dios desee pecar, practicándolo
constantemente. No puede ser así, porque la dirección del nuevo nacido es en la
vida eterna no en la pasajera, la efímera, la de la carne sino en la
espiritual. Mas bien, quiere decir que habitamos en un cuerpo de muerte, somos
imperfectos, pero con el Dios perfecto dirigiéndonos, cambiándonos,
renovándonos, fortaleciéndonos, perdonándonos, alentándonos y guiándonos. Y el
mal que está en nosotros ya no es nuestro amo, porque ha sido condenado por
Dios en la carne, gracias a Jesucristo que vino a salvarnos y a redimirnos.
“Ahora, pues, ninguna condenación
hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne,
sino conforme al Espíritu”
Romanos 8: 1 (RVR 1995)
La
palabra de Dios nos levanta cuando caemos frente al pecado, nos anima cuando
nos deprimimos, nos da tranquilidad cuando estamos en ansiosa inquietud, nos da
entendimiento frente al horror de la maldad, y nos lleva a un sincero
arrepentimiento, a Jesucristo, cada día de nuestras vidas. Mas si nada produce
la palabra de Dios en ti es porque aun eres piedra, sin vida y con un corazón
duro, que no podrá reconocer fácilmente el pecado en su vida, pensando que la
maldad no existe, o no habita en ti, o está en el otro. Solo el Espíritu Santo
puede convencerte de pecado, de justicia y de juicio.
Comentarios
Publicar un comentario