EL REY Y SU PRINCESA



Había una vez en un país muy lejano un rey llamado Bartolomé, dueño del reino más feliz del mundo, este rey era el rey más feliz en toda la historia de todos los reyes del mundo.
Esta felicidad no se debía a que era un gran rey. No era porque tenía un castillo maravilloso. Tampoco porque era el soberano de un reino glorioso. Era porque este rey se convirtió en algo mejor que un rey, se convirtió en papá con su amada reina Charo.
Esperando la llegada de su hija empezaron a ver el momento milagroso cuando comenzó su vida, era apenas una célula pequeñita; llena de cromosomas pero ya era incuestionablemente parte de ellos hasta convertirse en un cuerpo humano totalmente desarrollado con más de sesenta trillones de células, desde ese momento sintieron una conexión, siguiendo paso a paso su desarrollo.
Al venir al mundo, su pequeña hija Agar, era parte de ellos y ellos parte de ella. No obstante, Agar era un ser nuevo, único, tan especial, no habría alguien igual a ella pero sobretodo tan conectada a su padre. Y su padre Bartolomé, exclamaba: ¡OH QUE MARAVILLA ERES!  Y no quiso otra cosa más en el mundo que amarla y, no deseaba que nada jamás los separara.
Pero después…sucedió algo horrible. El príncipe malvado del reino no feliz trato de vencer al rey, pero fracasó, porque era demasiado fuerte. Por eso, furioso y lleno de odio, quiso atacar donde sabía que más le dolería: a su hija le echo un maleficio grande, terrible y poderoso.
Este maleficio causó que se levantara una terrible pared de vidrio alrededor de su hija Agar. A dondequiera que ella iba la acompañaba. Su padre Bartolomé podía verla y escucharla porque aún era el gran rey, pero Agar no podía verlo ni escucharlo porque estaba atrapada sin ella saberlo.
Entonces el rey dijo: No podías verme, oírme, tocarme o sentir que yo estaba cerca de ti. Podía verte, pero tú no me podías, vi tus primero pasos pero tú no podías oír cómo te aplaudía, escuche tus primeras palabras, pero no fueron para mí. Yo observaba todo lo que hacías y te seguía por todas partes, pero la horrible pared de vidrio impedía que sintieras mi cariño siempre presente, quería compartir todas tus alegrías pero el hechizo maléfico me quito todo eso.
También estaba presente cuando te lastimabas, te secaba las lágrimas, pero tú nunca sentiste el toque de mis manos. Y te oía decir “¿Dónde está mi papi? Quiero a mi papi”, pero tú no podías oír como sollozaba por ti.
Fue así que, a menos que se rompiera el maleficio, el rey y su princesa preciosa, nunca volverían a vivir el placer, el gozo de la relación estrecha de ser padre e hija.
Bartolomé estaba dispuesto a entregar su vida para liberar a su hija de ese terrible maleficio, entonces ideo un plan tan perfecto, la única forma de romper esa pared de vidrio era golpeándola con todas sus fuerzas. Entonces el rey bajo donde su pequeña hija y golpeo esa pared con todas sus fuerzas, logrando romper esa pared de vidrio, pero al romper esa pared empezó a desangrarse, mas no le importo porque lo que él quería era liberar a su hija, hasta que por fin rompió por completo la pared, pero como consecuencia el rey murió.
Su hija lo vio y lloró amargamente, diciendo: en verdad no entendía que mi padre siempre estuvo conmigo mientras yo estaba atrapada en este terrible maleficio pero su amor fue tan grande que dio su vida por mí. Entonces el príncipe del reino no feliz se alegró y festejo pensando que por fin había derrotado al rey Bartolomé pero lo que no espero es que al tercer día este rey resucitó, el poder de su amor fue tan grande que venció a la muerte para volver a estar con su hija. 
El príncipe no feliz  quedo derrotado y lo condenaron por todo el mal causado y de ahí en adelante el rey Bartolomé con su esposa Charo y su hija Agar nunca más se separaron y vivieron felices para siempre
Por medio de este cuento quería explicarles lo que Dios hizo por nosotros. Él se hizo carne y bajó a este mundo para romper la pared de vidrio que nos separaba de Él. Esa pared de vidrio que nos separa de Dios se llama pecado. Jesucristo es el mismo Dios hecho carne y la única forma de romper esa pared de vidrio era dando su propia vida por nosotros y derramando hasta la última gota de sangre, porque el vino a este mundo, no para condenarlo, sino para salvarnos de la condenación, pero el no solo murió también resucito, dándonos nueva vida junto a Él y, volver a esa reconexión con nuestro Creador.
El hizo todo por amor a nosotros pero de cada uno despende si aceptamos o rechazamos que nuestra historia tenga un final feliz o triste. Si reconocemos nuestros pecados y nos arrepentimos, no queriendo vivir la misma desastrosa y desordenada vida, causada por nuestra autosuficiencia, podremos disfrutar de la presencia de Dios, como lo fue desde el principio, antes que entrara a este mundo esa pared de vidrio llamada pecado.
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” Juan 1: 12 (RVR 1960)


*Tomado del libro convicciones más que creencias escrito por Josh McDowell

Comentarios