NI EL DINERO NI LAS EMOCIONES


Las emociones son como las olas del mar, a veces están muy arriba y otras veces muy abajo. La tristeza o depresión no nos permite hacer nada, sino nos lleva inmediatamente a la cama, porque nos quita las fuerzas y el ánimo para trabajar. Mas la alegría nos fortalece a hacer aquello que nos corresponde, con energía y mucho agrado, por lo tanto, es mejor estar contentos que tristes, pero ¿Qué podemos hacer al estar deprimidos? Las aflicciones pueden llegar una por una o todas al mismo tiempo sobre nuestras vidas, pero no debemos dejarnos arrastrar por las preocupaciones sino dejar todas nuestras peticiones delante del Señor quien dará descanso a nuestra alma.
La motivación de todo lo que hagamos no puede ser el dinero, porque el que “quiere enriquecerse cae en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Tim. 6:9). Nuestro contentamiento solo será prosperado y fructífero en nuestra vida, cuando su razón sea el amor primeramente a Dios y luego al prójimo, no envidiando sino agradeciéndole a Dios por lo que nos ha dado, sea mucho o sea poco.
Las enseñanzas que se basan en el pensamiento codicioso, usando la Palabra de Dios como fuente de ganancia, solo generaran contiendas, envidias, pleitos, blasfemias y discusiones necias. Pero el que honra a Dios, entregándole aun sus bienes materiales sin esperar nada a cambio, ha comprendido que ni el dinero ni las emociones podrán dirigir su vida sino solo Dios. Si vamos a servir a Dios no lo hagamos por emociones ni por el dinero sino por amor a Él, porque solo en el amor a Dios podremos disfrutar del mejor contentamiento. Seamos sensibles, pero no emocionalistas, es decir, sintamos lo que el otro siente porque eso es parte del amor, pero no nos dejemos llevar por las emociones, porque estas son engañosas, sino permitamos que nuestras vidas sean dirigidas por la palabra de Dios.
La buena batalla es aquella que nos hace guardar los mandamientos del Señor, esperando confiadamente en la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto, nuestra esperanza no puede estar en las personas ni en las riquezas sino solo en Jesucristo.
“Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”

Hebreos 13: 5 (RVR 1960)

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