EL DOLOR POR LA MUERTE



Solo es posible sentir el dolor hasta que se acerca a nuestros corazones. Cuando comprendemos que la muerte es una realidad nos asustamos como jóvenes, nos entristecemos y ese dolor resulta ser el reflejo de nuestro miedo. El miedo a lo que irá a pasar y el miedo a dejar todo atrás. Mas no temamos más porque, aunque este suceso no lo podamos entender (la muerte), todos lo tendremos que enfrentar. Y solo lo podremos afrontar con tranquilidad cuando realmente confiemos en Dios dejándole nuestras vidas en sus manos, porque Jesucristo murió por nosotros, no para que vivamos pensando en la muerte, sino para que disfrutemos la vida que solo en El podemos tener. Esa vida que va más allá de lo que nuestros sentidos perciben, esa vida que trasciende a lo eterno. Por lo tanto no desfallezcamos sino creamos en Jesucristo y creámosle a su Palabra porque El cuida y cuidara de aquellos quienes en El han confiado.
Jesucristo nunca ignoró la muerte de los hombres, ni ignorara el dolor que sintamos por la muerte de algún ser humano. El mismo lloró cuando Lázaro, su amigo, murió (Juan 11: 35). Jesucristo no desea que nos volvamos como de piedra, sin sensibilidad alguna, sino que sintamos el dolor que produce la muerte, porque fue de la muerte de la que El vino a rescatarnos.

“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?”

Juan 11: 25-26 (RVR 1960)


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