LA CIUDAD DEL CAOS
En
la sociedad hay personas por montones, carros que continuamente hacen ruido en
nuestra cabeza. El ajetreo del día no nos deja pensar. Nos hemos olvidado de lo
que es verdaderamente amar.
Aunque
haya un ruido constante se escucha un silencio permanente. Ese silencio que
emerge de nuestro interior a causa de la soledad y el despropósito del vivir. Somos
estudiantes de una sociedad llena de afanes, sin melodía - en continuo
silencio. Desde que salimos de la casa nos enfrentamos a la ciudad, al conjunto
de edificios y calles, a lo urbano que se opone a lo rural, a aquella población
densa y numerosa dominada por un sistema consumista. Este sistema del que todos
hacemos parte. Es desear ser el primero pasándose por encima de los demás el
valor moral de nuestra ciudad. Nos preocupamos y deprimimos olvidándonos de
disfrutar de las pequeñas cosas, de vivir en alegría y completa paz, de creer
sin cuestionar a Dios, de ser como niños.
Las
personas andan rebuscando todos los días en la calle el trabajo. Uno que no es
el mejor pero en el que esperan sobrevivir. Las calles están llenas de aquellos
que desearon “ser alguien más”, pero se decepcionaron al comprender que era un
espejismo lo que ofrecía la vana educación que se enseña en nuestra ciudad. Es
gris el panorama que se pinta en nuestra sociedad pero hay un poco de color en
todo aquello que parece desesperanzador. Ya el mundo en su tristeza y
frustración ha perdido la esperanza en la ciudad.
El
color es la luz que se refleja en aquellas personas que han sido libres del
dominio de la maldad. Desde adentro se va formando esta luz cuando nos
detenemos de continuar en el caos de la sociedad. Esta luz va aumentando cada
vez que dejamos de pensar como los demás y empezamos a pensar de verdad.
La
luz es necesaria en nuestra oscura sociedad porque esta tenebrosidad nos hace olvidar
de nuestro semejante, esta misma lobreguez nos lleva a ignorar una vez más a
aquel que se le llama indigente. Pero esa oscuridad no es importante analizar,
no es tan trascendental pensar en las tristezas, la escasez, la hipocresía como
lo es en enfocarnos en la luz, porque la oscuridad es la ausencia de luz. Esa
poca luz que pareciera no existir nos la dio Jesucristo al morir. Aquella luz
nos dirige, nos encamina, nos verdaderamente educa. La luz que no se refleja en
un vasto conocimiento sino en el amor, en el dar más que en el recibir, es la
que necesitamos desde nuestro interior.
En
vez de seguir esperando un transporte momentáneo aguardemos uno eterno para al
fin decir ¡libres! ¡Libres! Libres de aquella opresión que se vive en nuestra
ciudad. Perseveremos, aguardemos, pero no dejemos los puestos vacíos sino sentémonos
a aprender.
Aprendamos
mientras caminamos, subimos al transporte, nos vamos en bicicleta. Aprendamos a
escuchar el sonido apacible de Dios.
Protestemos.
Pero no protestemos por la continuidad de este sistema, por aquello que es
vano, sino por lo que en verdad importa. Protestemos porque la sociedad está en
caos, protestemos contra nosotros mismo porque hemos sido parte del desarrollo
de ese caos, protestemos porque nos hemos vuelto indiferentes.
Nuestra
ciudad- el transporte-la educación- está en un total caos. La melodía se ha
perdido necesitamos estar vivos, arrepintámonos.
“si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre
es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos
caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré
su tierra.” 2 Crónicas 7:14 (RVR1960)
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