SEÑOR AYÚDANOS


-¡Señor Ayúdanos!-, - ¡Señor ayúdame!- Parecen ser las palabras que más repetimos en nuestras oraciones. Clamamos la ayuda del Señor constantemente debido a lo débil y frágiles que nos sentimos frente a las calamidades.
El pecado ha sido la mayor tragedia en la humanidad, es tristeza la que ha producido en montones de vidas, siendo su final la muerte. La muerte es a lo que más tememos pero debemos enfrentarla debido al pecado, y si no estás bajo la gracia de Dios entonces experimentaras no solo una sino dos muertes en tu vida, la corporal y la permanente en el infierno. Esa es la grave consecuencia del pecado por lo tanto es de simples y de necios no tenerle miedo al pecado.
“Nuestra alma espera a Jehová; nuestra ayuda y nuestro escudo es él.” Salmos 33: 20 (RVR 1995)
El pecado es lo que nos hace clamar con urgencia al Señor -¡Ayúdanos!- Y el Señor, en su Palabra, nos ha dado la respuesta a tal desesperación por medio de la vida de Jesucristo en su muerte, sepultura y resurrección en esta tierra. Y ¿Por qué seria esta la respuesta? Porque la ley establece que la paga del pecado es muerte, y las escrituras habían profetizado que Dios mismo vendría a salvarnos, por lo tanto Jesucristo es Dios encarnado que pagó el valioso costo de nuestro pecado al morir en la cruz. Mas también las escrituras dicen que Jesucristo es enviado al mundo para el que cree verdaderamente en la gravedad del pecado, en la justicia que merece ese pecado y en el juicio de Dios asumido por Jesucristo, en su muerte y en su sepultura, sea salvo. Y aunque Dios nos dio el regalo de la salvación dando lo más precioso, la vida del Unigénito, no dejó en la tumba a Jesucristo sino el poder de Dios resucitó de los muertos a Jesucristo como nos resucitará a nosotros después de que partamos de este mundo.
La debilidad que nos hace clamar constantemente la ayuda de Dios no debe hacernos desfallecer porque el Señor se glorifica en nuestra debilidad. Aun en la oración somos débiles, no sabemos que decirle o que pedirle al Señor, por lo tanto debemos buscar la dirección de Dios aun en la oración.
“De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”

Romanos 8: 26 (RVR 1995)

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