PACIENTEMENTE ESPERE
El esperar, el esperar. El
esperar hace parte de nuestra vida, podemos verla como una obligación o como
una virtud porque aunque no queramos tenemos que esperar, por ejemplo el bus,
esperamos que pase porque debemos ir al trabajo, ir a estudiar, o ir a
cualquier otro compromiso. Esperamos el bus y nos desesperamos porque se demora
en pasar, y miramos el reloj una y otra vez produciendo en nosotros malos
pensamientos en contra del sistema de transporte, del conductor del bus, y
hasta de nuestra vida; empezamos a cuestionar ¿Por qué tengo que tomar bus? Y
nos amargamos. Luego vemos que un bus se acerca y pensamos que es el nuestro
pero cuando nos fijamos bien no nos sirve. Llega una persona cerca de nosotros
a esperar el bus y resulta que le pasa más rápido que a nosotros y eso nos
produce más desespero porque esta persona espero menos que nosotros por el bus
pero lo agarró más rápido, entonces vuelve otra vez la amargura. Pensamos en
todo lo que le vamos a decir al conductor, o la mala mirada que le vamos a
lanzar, pero luego nos olvidamos de ello porque solo queremos que el bus pase,
entonces nos damos por vencidos y dejamos de mirar el reloj reconociendo que no
podemos hacer nada para que llegue más rápido y ahí de repente el bus llega. Así
mismo ocurre con nuestra vida en todo lo demás, esperamos una oportunidad pero
se demora y viendo que a los demás les llega nos desanimamos pero no nos
preocupemos porque el Señor tiene todo bajo control y al tiempo debido la
oportunidad llegara.
Pensemos por un momento en
David, un joven que aprendió a esperar en el Señor. David esperaba en el Señor
mientras cuidaba las ovejas de la familia y el Señor lo ungió como rey de
Israel. Por lo tanto no se trata de solo esperar sino de aprender a esperar.
No debemos desfallecer ni
entristecernos porque ello nos lleva a la derrota, al desánimo y por lo tanto a
rendirnos ante el enemigo. Más bien fortalezcamos en el poder del Señor y
veamos cada necesidad en nuestra vida como una prueba de Dios para moldearnos
conforme a su imagen y semejanza.
La paciencia es una virtud
que estamos aprendiendo mientras van pasando los días, aunque es evidente que
existen personas de avanzada edad que pareciera que de sus tantos años no han
valorado el precio de la paciencia. La paciencia lleva buenos frutos, y trae a
feliz término la obra.
Los buenos artistas,
arquitectos y en general, cualquier profesión bien desarrollada, requiere de
paciencia, una paciencia que no es sinónimo de lentitud sino de amor, porque
hace parte del fruto del Espíritu en nuestras vidas.
“Mas
el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.”
Gálatas
5: 22-23 (RVR 1960)
La paciencia va siendo cada
vez más evidente en nuestras vidas mientras sigamos a Jesucristo. Es necesario
que aprendamos a esperar en el Señor en
oración, y veremos que los resultados nos llevaran a decir con sinceridad:
“Pacientemente
esperé a Jehová,
Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.
Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.
Y
me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso;
Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.
Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.
Puso
luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios.
Verán esto muchos, y temerán,
Y confiarán en Jehová.”
Verán esto muchos, y temerán,
Y confiarán en Jehová.”
Salmos 40: 1-3 (RVR 1960)
El apóstol Pedro, en su
segunda carta, inspirada por el Espíritu Santo nos ordena a quienes hemos huido
de la corrupción del mundo por la gracia de Dios a seguir esta ruta:
“…añadid
a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio
propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad,
afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.” 2 Pedro 1: 5-7 (RVR 1960)
Empezamos con la fe que Dios depósito
en nosotros, el primer fundamento en nuestra vida, y sobre este obremos bien.
Mas el obrar bien debe ser con conocimiento, no hacerlo sin entendimiento
porque las buenas intenciones no siempre han traído buenos resultados. Y sobre
ese conocimiento debemos echar ladrillo al dominio propio, al control de
nuestras emociones y pensamientos no permitiendo que estos nos controlen. Teniendo
el dominio propio entonces complementémoslo con la paciencia, porque es
necesario que perseveremos sin perder el control, es decir que esperemos sin
desesperarnos. La paciencia debe complementarse con la devoción a Dios porque
de ir sin sumisión a Dios nos llevara a la soberbia, a una sabiduría terrenal
que no proviene de lo alto. Y finalmente, que en todo lo anterior nos sometamos
a Dios en amor, amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Una pregunta que en medio de
tu desesperación o aflicción puedes hacerte es ¿hasta cuándo tengo que tener
paciencia? Y el Señor nos responde:
“Por
tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el
labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta
que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros
paciencia y afirmad vuestros corazones, porque la venida del Señor se
acerca. Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis
condenados; el Juez ya está delante de la puerta. Hermanos míos, tomad
como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre
del Señor. Nosotros tenemos por bienaventurados a los que sufren: Habéis
oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin que le dio el Señor, porque
el Señor es muy misericordioso y compasivo.”
Santiago
5: 7-11 (RVR 1995)
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